
El año que sólo leí mujeres
Siguiendo la iniciativa en redes sociales Yo Leo Autoras (#yoleoautoras), os cuento mi experiencia desde que comencé a leer sólo mujeres. Hace ya algunos años en algún artículo leí que ya antes alguien había pasado un año leyendo sólo a escritoras mujeres. Hice mía la propuesta. Durante todo 2016 sólo leí novelas y poemas escritos por mujeres. Incluso me propuse ver sólo películas y series con protagonistas femeninas y que pasaran el test de Bechdel. Descubrí nuevas compositoras, nuevas cantantes. Y me pasó lo mismo que a Clara Lis.
Hasta entonces mis autores fetiche eran casi todo hombres. ¡Pero escribían sobre mujeres! Ahí estaba Tolstoi y su Ana Karenina, que lo leía casi una vez al año. O Delibes y sus “Cinco horas con Mario”. ¿Qué decir de Gabriel García Márquez y su “Amor en tiempos del cólera”? Y aún así, no lo había visto. No. No había visto que cuando los hombres escriben sobre mujeres escriben basados en lo que opinan de las mujeres, pero cuando las mujeres escriben, ¿en qué se basan?
Mis comienzos en “Yo leo autoras”
Empecé el año retomando uno de mis favoritos: “Caperucita en Manhattan”. Niñez perdiendo la inocencia en la jungla. Continué con Anäis Nin (aún continúo): amor, proceso creativo, relaciones familiares… ¿De qué no escribe una en su diario? Le siguió Gioconda Belli, revolución en “La Mujer habitada” y política en “El País de las Mujeres”. Ya más curtida, volví a ella, Carmen Martin Gaite y su “Nubosidad Variable”, amistad y enfrentar miedos, podía sentir las burbujas bajando por mi garganta mientras un suspiro subía. Descubrirnos es tan delicioso… Maruja Torres, con “Mientras vivimos” sobre mentoras y ambiciones.
Se me mezclaron dos clásicos, no sé cuándo porque aún están en mí. Carmen Laforet y su “Nada”, brutal descubrimiento ¿de qué? De todo o de nada. La incomprensión y la absoluta aceptación. Erica Jong, de tanto “Miedo a volar” agitó con sus alas toda mi moral y se atrevió a hablar directamente con mi clítoris.
¿Hablamos de coños? Entonces hablamos de Erika Irusta y su “Diario de un cuerpo”. ¿Qué os cuento? Escribir desde el coño es radical, es ir a la raíz, y leerla a ella es exorcizarse. Y luego escribes. Y vuelves a leerla. Y te dan ganas de escribir más. Y de leer más. Y tienes orgasmos creativos.
A veces necesitaba un respiro y una amiga me dejaba los cuentos de crímenes de Camilla Läckberg. Otras veces estaba reivindicativa y devoraba la “Teoría King Kong” de Virginie Despentes sin estar de acuerdo, encontrando mi espíritu crítico. Mientras tanto, siempre fiel, “El Segundo Sexo” me vigilaba desde la mesilla y me regalaba pequeños momentos de lucidez.
¿De qué escriben las mujeres?
Y, ¿de qué escriben las mujeres? ¿De qué no escriben? ¿En serio alguien puede hablar de “Literatura de mujeres”? No puedo catalogar a una sola de ellas en el mismo género, ninguna me ha hecho sentir lo mismo. Sólo algo las caracteriza, no habían aparecido en mi muro de Facebook ni en mis libros de texto de literatura (acabo de volver a comprobarlo, sí aparece Rosalía de Castro, poco más), ni en mis clases de la universidad. Ninguna. Y son imprescindibles. Porque su visión nos habla de la angustia de Ana Karenina desde la opresión de su reclusión matrimonial, del odio de Carmen Sotillo a una sociedad que le asignó el papel de “esposa de” sin preguntarle o de cómo Fermina Daza no tenía que luchar contra ninguna culpa y quizá no tenía que amar.
Mi mundo en los libros
Leer a mujeres me ha descubierto un mundo que no me habían contado que existía. El mío. Un mundo en el que aspiramos a mucho más que a ser queridas, un mundo que sí tiene ejemplos a seguir, un mundo donde el amor es sólo un capítulo o una nota al pie y no ese opio del que habla Kate Millet.
“El amor ha sido el opio de las mujeres como la religión de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”
Leerlas me ha enganchado. Así que mi año de sólo leer a mujeres se amplia indefinidamente. Por que como dice Clara Lis en su artículo:
“He vuelto a leer. He vuelto a leer como cuando era una niña y leía todo lo que caía en mis manos. He vuelto a sacar el libro en el metro, mientras espero a mis amigos, y a volver a casa con paso acelerado para adelantar el momento de seguir leyendo. He vuelto a hablar de libros con un entusiasmo verborreico difícil de contener.”
No a la censura
Y no porque ya no me guste leerles a ellos. Volveré, hay escritores muy buenos para ser hombres. Hasta hay buenos poetas. Ahora no quiero releerles, pero quizá un día… No sé. La gente intenta convencerme de que deje de leer mujeres. Una vez alguien me dijo, “yo leo lo que me apetece, no sigo un género o a una persona”. Pero ya estamos mayores. Ya sabemos que nuestros gustos se configuran por nuestra educación, que nuestro pensamiento se configura por lo que leemos, vemos y oímos. A mí me han negado a muchas mujeres en mis años de estudiante.
Me negaron a toda la generación del 26 (Ernestina de Champourcin, Concha Méndez, Carmen Conde…), me negaron a Virginia Woolf, me negaron a Christine de Pizan, casi me niegan a Gloria Fuertes y, por suerte, me descubrieron a S.E. Hinton y a las hermanas Brönte. Y me niego a que me las nieguen más. Quiero equilibrar, quiero abrir todas las puertas que me cerraron por negarlas. Si esto hubiera ocurrido con libros de una ideología concreta, se hubiera hablado de censura. Pero sólo se ha silenciado un género. Bueno, pues yo no quiero censurarme más. Ahora yo leo autoras.

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